lunes, 1 de noviembre de 2010

VALIENTE ESTUPIDEZ por Mario Vargas Llosa

Comencé a dudar del experimento al notar como me empezaban a sudar los lóbulos de las orejas. Siempre había tenido mis dudas acerca del sistema de seudónimos y estaba a punto de corroborarlo con el fallo del concurso nacional de literatura breve. Diez finalistas entre los que estaba yo y algo no va bien también él. ¿Cuánto pesan los nombres? Cuando el portavoz del jurado se puso en pie y anunció el suyo, que en realidad era el mío disfrazado, todo el público se puso en pie y el profesor rompió a llorar. Dio igual que en realidad el relato ganador fuera el que yo había escrito y no el de mi mentor en Narrativa Contemporánea. Sin duda se lo merecía pensaron todos. ¿Sin duda? Pensé yo.
         No fue la primera vez que lo hice. Aquello pronto se convirtió en vicio, y empecé una carrera plagada de éxitos cuyos frutos recogían otros. Ahora vivo de donaciones anónimas. Soy el justiciero literato, adalid de autores sin su merecido reconocimiento. Pero hay uno al que le tengo especial cariño. Me ha costado, pero al final lo he conseguido. El premio de los premios. Y que siga la racha.

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